ALICIA EN EL PAÍS DE
LA FÍSICA
Alberto Rojo
La reina
Victoria (la que dio el nombre a la era victoriana) se quedó tan encantada con
“Alicia en el País de las Maravillas” que ordenó “mándenme el próximo libro de Lewis Carroll”. Según la historia (de validez incierta) se
desconcertó al recibir “Un Tratado Elemental sobre Determinantes, con
Aplicaciones a Ecuaciones Lineales Simultáneas y Geometría Algebraica”,
publicado en 1867 por el entonces instructor (Lecturer)
de matemáticas en Oxford Charles Lutwidge Dodgson, seudónimo de Lewis (por Lurwige) Carroll (por Charles).
La
reina ignoraba que Caroll
era matemático y quizá le habría servido
alguno de los muchos libros que luego se
escribirían sobre los acertijos lógico matemáticos que aparecen en “Alicia…”. Uno de mis preferidos es The Annotated Alice
en el que Martin Gardner
anota miles de referencias matemáticas, filosóficas y algunas de la física en
“Alicia…”.
La buena
literatura fantástica anticipa claves emancipando al mundo real de de las
descripciones aceptadas del momento. El absurdo de hoy contiene algunas
verdades del mañana. Pero no es fácil saber cuáles. Tomo por ejemplo el así llamado “Principio de
Equivalencia”, pilar fundamental de la teoría de la gravitación de Einstein y que aparece anticipado en los libros de Lewis Carroll.
En el
primer capítulo, Alicia cae en caída libre por el hueco de la madriguera de un
conejo hacia lo que luego sería el mundo onírico más famoso de la literatura.
Las paredes del túnel tienen armarios y estantes. Toma de uno de ellos un
frasco vacío de mermelada de naranja (la escena no está en la película de Tim Burton, que está en
cartelera). Prefiere no tirarlo “por miedo a matar alguien que anduviera por
abajo” y se las arregla para ponerlo en otro estante mientras cae. El “error”
aquí es que ambos están cayendo en caída libre de modo que, al soltarlo, el
frasco y Alicia caerían a la misma velocidad.
Pero lo más interesante es que el tema vuelve en otro libro menos
conocido de Carroll, Sylvie
and Bruno (del que, por otra parte, Borges toma la idea de
un mapa del mismo tamaño del imperio). En el capítulo 8 Caroll
se imagina la dificultad de tomar el té en una casa que cae en caída libre,
describe correctamente que todos los cuerpos caen con la misma aceleración, incluso
insinúa que si la casa cayera a mayor aceleración (tirada por un cable) el
efecto sería equivalente a una gravedad negativa. La equivalencia entre
gravedad y aceleración fue formulada con precisión por Einstein
en 1907, dieciocho años después.
Mientras cae, Alicia se pregunta
hasta dónde será capaz de caer, trayendo a colación una vieja pregunta: que
pasaría si uno cayera por un pozo que va del polo norte al polo sur (ignorando
la resistencia del aire y la incomodidad de un centro de la tierra incandescente).
La respuesta (que ya conocía Galileo) es uno va aumentando la velocidad al
mismo tiempo que la aceleración disminuye. Al cruzar el centro de la
Tierra, la aceleración (o la fuerza de
la gravedad) se invierte pero uno sigue de largo disminuyendo la velocidad
hasta llegar al polo sur y empieza a caer de nuevo hacia el polo norte, en un especie de columpio gigantesco. Es interesante que, antes
de Galileo, en el canto XXXIV del Infierno, Dante menciona que en el centro de
la tierra la gravedad se invierte. A esto Gardner no
lo comenta. Y tampoco comenta otro pozo
mágico que parece anticipar la relación einsteniana
de la gravedad con el tiempo: el de la cueva de Montesinos, a la que el Quijote
baja por poco más de una hora pero al volver dice que para él pasaron tres días
(pág. 729 de la edición del IV centenario). Desconozco si Carroll
toma la idea de Cervantes.
En lugar de un túnel de polo a
polo, uno en línea recta de Buenos Aires a Nueva York
también funcionaría a modo de columpio gigantesco y se podría poner un tren
impulsado por gravedad. El invento está en la secuela Silivie and Bruno
Concluded. (Ejercicio de física: demostrar, ignorando la
rotación de la tierra y la fricción del aire, que el tiempo para ir de un punto
a otro es el mismo independiente del largo del túnel. Esto es, de polo a polo y
de Buenos Aires a Nueva York llevaría unos cuarenta y
dos minutos).
Las
contribuciones a las matemáticas de Dogson no están
por cierto a la altura de la genialidad de su obra de ficción. Según Melanie Bayley, estudiante de
doctorado de literatura victoriana en Oxford, Dogson
se resistía a algunas innovaciones matemáticas del momento. En un artículo
interesante publicado en la revista New Scientist en el número de navidad de 2009, Bayley argumenta que en Alice
están satirizadas algunas de esas ideas. La que me parece más verosímil es la
parodia a las ideas del matemático Willam Rowan Hamilton, en “Una merienda de locos”, el capitulo 7
de “Alicia…”. En 1843 Hamilton había
inventado unas entidades matemáticas llamadas “cuaterniones”
que permitían describir de las rotaciones de un cuerpo de modo relativamente
sencillo. Pero para hacerlo necesitaba cuatro números, mientras que para
describir la orientación de un cuerpo sólo se necesitan tres. Hamilton especuló
que el cuarto número corresponde al tiempo. El título en inglés del capítulo es
“A Mad Tea
Party” (Fiesta del Té). La palabra “Tea” (té) suena en inglés (¡y en
castellano!) igual que la letra “t”, el símbolo matemático del tiempo. En la
merienda hay sólo tres personajes, el Sombrerero (Johnny
Depp en la película), la Liebre de Marzo y el Lirón
que corresponderían a las dimensiones espaciales. Y el Tiempo es un personaje
que falta. Incluso el sombrerero le dice a Alicia: “Si conocieras al tiempo como
lo conozco yo no hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje!” El
juego de palabras de “beat the time” por
“matar el tiempo” y “marcar el tiempo” se pierde en la traducción. De cualquier
modo, en esta fiesta loca el Tiempo no deja que los relojes del sombrerero
pasen de las seis y los personajes están atascados a la mesa constantemente
buscando tazas limpias.
Hay poco de
estos acertijos en la película. Pero se menciona muchas veces la famosa
adivinanza “¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?”. Y la respuesta es,
como siempre, no tengo la menor idea.