El Swing del Voto
Alberto Rojo
Hace pocos días, el columnista Dan Balz publicó en el Washington Post una
encuesta que daba 9 puntos de ventaja a Obama sobre McCain. Fuí al sitio web
del diario a ver los detalles; me interesaba hasta qué punto la encuesta
implicaba una victoria incuestionable de Obama. La encuesta era nacional. Le
pregunté a Balz si tenían los datos discriminados por estado y me contestó que
no. La razón de mi interés: en el sistema electoral norteamericano, para ganar
no es suficiente sacar la mayoría de los votos; más aún, se puede perder una
elección sacando, según mi cálculo, hasta un 76 % del voto nacional.
Al presidente norteamericano lo elige un colegio electoral, con una diferencia
crucial respecto del colegio que existía en Argentina hasta 1994: en Estados
Unidos, el partido que saca el mayor porcentaje de votos de un estado se lleva todos los electores de ese estado. Este
sistema -que para algunos es una garantía de federalismo pero en el fondo es
antidemocrático- puede derivar en resultados curiosos. El más obvio es que el
número de electores de un candidato no es necesariamente proporcional al número
de sus votantes.
Un caso extremo, irrealista pero no imposible, sería que un candidato gane con
el 100% de los votos en 11 de los estados más grandes (sacando así la mitad
menos uno de los 538 electores en juego) y pierda en el resto por la mínima
diferencia (un voto para ser exagerados). En ese caso pierde la elección
sacando el 76% de los votos.
Varias veces se trató de modificar el sistema, pero los estados chicos se
opusieron; todo estado tiene un mínimo de tres representantes al colegio
electoral, y eso da mayor "poder de voto" a los de menor población.
En 1996, Alan Natapoff, físico del MIT, publicó un análisis con cierto rigor
matemático del concepto de poder de voto, saliendo así en defensa del colegio
electoral.
Para ilustrar el argumento de Natapoff, digamos que soy uno de 101 votantes
para la elección de presidente del club de mi barrio, y que la elección se
decide por mayoría simple. Los votantes tiramos una moneda para elegir al
candidato X (cruz) o Y (cara). Es una elección peculiar ya que en general
no se tira una moneda, pero el ejemplo ilustra el nudo estadístico del
argumento. Es claro que X e Y tienen la misma probabilidad de ganar: 50%. Ahora
bien, ¿Cuán probable es que mi voto sea decisivo? Mi voto será
decisivo sólo si X e Y sacan justo 50 votos cada uno y eso es improbable:
resulta que ocurre sólo un 8% de las veces. Mi "poder de voto"
entonces, es 8%. Ahora pasemos a un colegio electoral de tipo norteamericano,
con tres "distritos", uno con 51 votantes (distrito A), otro con 49
(distrito B) y otro con uno (yo). El candidato que saque la mayoría en A y
en B manda 20 representantes al colegio electoral (cada distrito manda el
mismo número porque tienen más o menos el mismo número de votantes). Los
posibles resultados son cuatro: X gana en A y pierde en B, gana en B y pierde
en A, gana en ambos y pierde en ambos. En las dos primeras hay empate. Esto
quiere decir que en la mitad de las veces, mi voto será decisivo en el colegio
electoral: mi poder de voto pasó de 8% a 50%. Entonces, dividir en distritos,
según Natapoff, da mayor poder de voto. La cosa se puede complicar más, pero
esa es la idea.
Lo de Natapoff es
interesante pero cuestionable: maximizar el poder de voto y a la vez darle el
mismo poder a cada votante sería equivalente a elegir un individuo al azar y
pedirle que elija al presidente. Esto sería estadísticamente correcto pero poco
convincente, y de hecho premisa está caricaturizada en la comedia reciente
"Swing Vote", con Kevin Costner. Conversé el tema con Richard
Darlington, profesor del departamento de Sicología de la Universidad de la
Universidad de Cornell, para quien la cosa pasa por otro lado. Darlington es defensor
del colegio electoral con el argumento de que protege contra el fraude. Al
menos contra el fraude mayoritario, dice él. Si en un estado grande el
partido ganador fragua votos y estira su porcentaje, digamos, de un 60% a un
70%, la trampa tiene cierto efecto en un sistema proporcional, pero en el
colegio electoral la diferencia es irrelevante. Darlington defiende su
argumento invocando la cantidad de funcionarios del gobierno federal que fueron
a la cárcel en los últimos 30 años por cuestiones de corrupción. Pero, en mi
opinión, su argumento se refuta implementando el recuento de votos en caso de
sospecha de fraude.
En el otro extremo, y acaso más cerca del nudo del asunto, Akhil Amar, profesor
de derecho en la Uniersidad de Yale, sostiene que el colegio electoral es un
residuo anacrónico de los tiempos de la esclavitud: el sur, al sentirse
"desfavorecido" porque gran parte de su población (medio millón de
esclavos) no votaba, consiguió incorporar a tres quintos de la población negra
para la contabilidad de electores, pero manteniendo el número de votantes (los
blancos) inalterado.
Lo incuestionable es que, en la más vieja de las democracias, no todos los
votos pesan lo mismo. (La disparidad no es llamativa en el país en el que los
400 individuos más ricos tienen tanto como los 150 millones más pobres.)
En la práctica, dado que hay áreas históricamente republicanas o demócratas, la
elección se define en estados que están equilibrados (los "swing
states"). Como el voto popular es en cierta medida irrelevante (lo que
importa es ganar estado por estado), la estrategia electoral -sobre todo
al final de la campaña-, consiste en identificar los swing states y
concentrarse en los distritos dentro de esos estados que están más indecisos. Por
otra parte, en los estados que estan consolidados para un lado o para el otro
hay muy poco aliciente para ir a votar: un voto republicano en California no
hace diferencia ya que Obama lo tiene ganado. Y lo mismo en Texas para un
demócrata.
En este momento Obama tiene una ventaja del 6% de los votos y tiene
"garantizados" unos 200 electores, unos 40 más que McCain, cosa que
le es muy favorable. Pero si McCain consigue ganar Ohio y Florida, que están
muy parejos, la cosa puede cambiar, sin que se altere demasiado el voto popular.
En estos
días, todo es posible.