La estatua móvil

Alberto Rojo

 

Noviembre de 1976. El general Antonio Domingo Bussi entra al edificio de Tribunales, en Tucumán. Mira hacia la arboleda de lapachos en la plaza de enfrente. “¿Como andan las cosas por aquí?”, pregunta con una voz que imagino autoritaria y condescendiente, cuyos ecos persisten como rémoras de un naufragio en el tono de su llanto en el juicio que le están librando estos días.  “Y cómo quiere que estén general, si hasta Yrigoyen nos da la espalda”, contesta alguien cuya identidad nunca supe.

 

La plaza Yrigoyen está en el barrio sur de Tucumán, a pocas cuadras de la casa en la que crecí. En el punto de cruce de sus diagonales hay una estatua del Peludo obra de Ernestina Azlor, con un pedestal asimétrico, que mira hacia el centro de Tucumán, dando, en efecto, la espalda a Tribunales.

 

Nunca supe si el diálogo, que circuló en esos días por Tucumán como tantas anécdotas bussianas, realmente existió. Lo que si puedo atestiguar es que en diciembre de 1976 la estatua amaneció dada vuelta. La muchas veces, desde muchos ángulos, en las tardes que pasábamos con mi novia de adolescencia sentados en los bancos de la plaza y además desde un kiosco (que sigue existiendo) en el extremo opuesto a Tribunales, donde se vendían los que para mi son los mejores sánguches de milanesa del mundo.

 

Por varios meses, no puedo precisar exactamente cuántos, Yrigoyen miró hacia Tribunales, quizá supervisando las actividades de una justicia de caricatura, a su izquierda lo que antes estaba a su derecha, dándole la espalda a su propio nombre (que curiosamente está escrito Irigoyen), y quizás preocupado por no caerse del pedestal.  

 

Siempre cuento la anécdota a extranjeros cuando sale el tema del gobierno militar y de lo grotesco de sus métodos. De esos tiempos de terror hay otras anécdotas por cierto muy documentadas. Los menhires (piedras milenarias de las culturas aborígenes) de Tafí del Valle, agrupados para formar un parque turístico. Los veinte o treinta mendigos (entre ellos Pachequito, el Loco Perón que rompía ladrillos con la cabeza, el Loco Vera) que en invierno de ese año fueron empujados a un camión militar y depositados en medio del campo catamarqueño, para que no entorpezcan, se decía entonces, la visual de la ciudad ante una visita de Videla. Varios murieron de frío y hambre.

 

Pero de Yrigoyen dado vuelta no encontré registros gráficos.

 

Busqué la foto varias veces en muestras testimoniales del diario La Gaceta, una de ellas en el mismo aeropuerto de Tucumán. Consulté con los archivos del diario; increíblemente, me dicen que la foto no existe. Yo mismo pensé, recuerdo, en sacarle una foto, pero en ese entonces no se podía sacar fotos en lugares públicos. Una amiga periodista, ante mi consulta, fue a la plaza y consultó con el placero, quien no recordaba el giro de la estatua, que para mí representa una metáfora de metáforas. De los giros ridículos de la historia.

 

Alberto Rojo

Nota posterior: Mi amigo Jorge Figueroa, periodista de La Gaceta me envió lo siguiente

 

La Gaceta informa de este hecho en el entonces Panorama Tucumano (5 de enero
de 1977) firmado por Julio Aldonate.

Y dice asì.

Desde hace algunas semanas, la estatuta del ex presidente argentino H.
Yrygoyen mira hacia el Palacio de los Tribunales al que, hasta entonces,
había dado la espalda. No ha trascendido por iniciativa de quién , la efigie
del ex jefe de Estado ha cambiado de posición. Lo cierto es que, los más
observadores, lo advirtieron de inmediato, en tanto que los que pasan sin
mirar detenidamente las cosas, solo se percataron más tarde. La efigie fue
puesta allí por el intendente José Lozano Muñoz y lo puso de espaldas a la
sede del Poder Judicial, quizá, porque prefirió hacerlo mirar hacia lo que
entonces se concebìa como la Avenida Central de Tucumàn.