En su discurso de aceptación del premio Nobel (¡de la paz!), Barack Obama dijo: “La guerra, en una forma u otra, apareció con el primer hombre”. Y en una frase tan corta se las arregló para cometer dos errores.
El primero es que hubo un primer hombre, algo que refutamos en un post anterior. El segundo es que la guerra es inherente al ser humano, algo cuestionado por varias investigaciones recientes, y detalladas por John Horgan (periodista científico muy bueno) en “El fin de la guerra” (The end of war), un libro provocador que acaba de salir.
Horgan sostiene que no estamos programados genéticamente para la guerra sino que la guerra es un desarrollo tardío en el ser humano. Tardío entre comillas, claro. Nuestros antepasados se agaraban a palos, de eso no hay duda. Por ejemplo, hay registros de huesos rotos de Homo erectus, hechos con instrumentos artificiales, de hace 600 mil años. Pero la violencia colectiva, la de un grupo grande atacando a otro grupo grande, tiene apenas unos 12 mil años.
La guerra es entonces, una cuestión cultural, una invención humana que podríamos erradicar, como erradicamos, en gran medida, la esclavitud. Hay muchos escépticos de esa idea que piensan que un mundo sin guerras es imposible. Ojo, un mundo sin guerras no es un mundo sin violencia, eso quizá sea inevitable, pero naciones peleando contra naciones con miles de víctimas inocentes, eso sí es evitable.
La guerra es algo que nadie quiere, como las enfermedades. Pero una enfermedad es algo que tenemos y una guerra es algo que hacemos. Si fuimos capaces de eliminar la poleomelitis y el dolor de muelas, ¿cómo no trabajar en una “vacuna” contra la guerra?
[clearfix]Publicado en: El Desmitificador Blog de TN [/clearfix]
Suena a NWO. Paso, al menos con esta dirigencia y poder financiero, no gracias. Ni hablar de las farmacológicas, ni de las transgénicas, etc, etc,